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PRI del pasado, PRI del presente

Fernando Maldonado
Parabólica
2017-03-13 07:26:17

Mucho tiempo ha pasado desde que el fundador del Grupo Atlacomulco, en el Estado de México, Carlos Hank González ocupó su primer cargo de relevancia en la esfera pública, como presidente municipal de Toluca de 1954 a 1957, hace 63 años de un siglo en el que como escribió Gabriel García Márquez, “muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. (Cien años de soledad, 1967).

Una retrospectiva de este personaje, prototipo del político-empresario en el país, permite entender la dificultosa circunstancia en la que el Partido Revolucionario Institucional vive el presente, con una creciente desaprobación social y en consecuencia una aceptación electoral cada vez más deficitaria.

Hasta el año 2000, fecha en la que se produjo la primera alternancia en el poder, con la llegada de Vicente Fox a la presidencia, el PRI había gobernado 80 años. Hank González se mantuvo tres cuartas partes de ese periodo en la escena pública y de ese tamaño es la dimensión de la dinastía priista que encabezó desde que dejó las aulas como un modesto profesor de primaria, para saltar a la política.

Hace una semana que ese partido vivió sus 88 años desde que Plutarco Elías Calles creó al antecesor Partido Nacional Revolucionario. Ese es el PRI que conocemos desde hace tres generaciones. Bisabuelos, abuelos y padres en suelo mexicano saben que desde antes de la primera mitad del siglo pasado un totémico emblema tricolor presidía todo.

Al fundador del poderoso grupo político en el Estado de México se le postuló candidato a gobernador de tierra mexiquense en 1969, un año después de los acontecimientos del 2 de octubre de 1968 en que cientos de estudiantes fueron reprimidos en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco; su mandato terminó en 1975.

En la era de la gobernanza, con una creciente participación social, la irrupción de la comunicación horizontal a partir de las redes sociales y el hiperactivismo de grupos de poder que buscan hacerse presentes con creciente vigor, sería imposible reeditar la frase con la que con candor provinciano, se autodefinió el profesor Hank González: “un político pobre, es un pobre político”.

En el tiempo que corre a ese apotegma se le llamaría cinismo, corrupción, desenfado, complacencia.

Es con ese historial con el que carga el ‘nuevo PRI’ como lo definió el Presidente Enrique Peña Nieto, el priista cuya cuna y origen descansa precisamente en el grupo que Hank González contribuyó a fundar junto Isidro Fabela… y los Del Mazo, la dinastía política que consiguió imponer como candidato a Alfredo, hijo y nieto de dos gobernadores, Del Mazo González en 1981, y Del Mazo Vélez en 1945.     

El PRI vive un descrédito descomunal por la suspicacia que encuentra casi de manera sistemática en la mayoría de la gente. La forma de hacer política y su resistencia al cambio de paradigmas hace que se vea como un monolito del pasado, aún en medio de la grandilocuencia de su presidente Enrique Ochoa Reza, convencido en vaticinar el triunfo de su partido en la tierra de Hank y Del Mazo, además de Coahuila y Nayarit.

La narrativa de su discurso es como volver a la hoja del pasado, como cuando para mencionar las cosas, había que señalarlas con el dedo. 


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