Este fenómeno, conocido como gentrificación, no solo encarece la vivienda, también modifica el rostro de las ciudades y desplaza a quienes no pueden mantenerse ante los nuevos costos.
Vecinos del centro histórico y de barrios tradicionales como El Arbolito enfrentan una presión constante: pagar rentas que suben cada año, adaptarse a nuevas dinámicas comerciales o dejar los espacios donde vivieron toda su vida
Este fenómeno, conocido como gentrificación, no solo encarece la vivienda, también modifica el rostro de las ciudades y desplaza a quienes no pueden mantenerse ante los nuevos costos. Para María Victoria Ordóñez Gómez, socióloga especialista en territorio y justicia urbana, este proceso debe nombrarse con claridad: “es un desplazamiento forzado”.
“Ya no se trata solo de la clase trabajadora, también sectores de clase media están siendo expulsados. El problema no es de nacionalidades, sino de capital económico. Aunque hayas vivido ahí toda tu vida, si no puedes pagar, te tienes que ir”, comentó
Los efectos ya son visibles en las calles. Fondas, papelerías y locales tradicionales cierran ante el encarecimiento. En su lugar, llegan cafeterías boutique, tiendas gourmet y departamentos de corta estancia.
Las viviendas en zonas más o menos céntricas van de los 4 a los 8 mil pesos, mientras que en colonias nuevas del sur las rentas alcanzan los 10 mil pesos. “Es horrible. Si no quieres vivir en una casa cuarteada, tienes que irte lejos o pagar el doble”, comenta Emmanuel, habitante de Pachuca.
La gentrificación también avanza en municipios como Real del Monte, Huasca y Mineral del Chico, donde muchas viviendas tradicionales se han convertido en Airbnbs, desplazando a habitantes locales.
En Pachuca, zonas como San Javier y Zona Plateada, experimentan una transformación rápida: desarrollo vertical, plazas comerciales y colonias privadas están redefiniendo la ciudad.
Para Ordóñez, hay factores clave que explican este fenómeno: la cercanía con Ciudad de México, la falta de políticas de vivienda inclusivas, la especulación del suelo y, sobre todo, la omisión o complicidad de las autoridades, que favorecen proyectos privados sin enfoque social. “Nos venden la idea de que es un beneficio para la comunidad, pero ¿para quién realmente?”, cuestiona.
La llegada de personas de otras ciudades o países también acelera el fenómeno. “El mercado se adapta a quienes pueden pagar más. Suben los precios de renta, los servicios y hasta los productos locales”, afirma. Esto afecta tanto al bolsillo como al tejido social. “Cambian las dinámicas del barrio. Desaparecen los comercios tradicionales, se pierde el sentido de comunidad y quienes llegan no siempre se integran: consumen el lugar como un producto”.
Las consecuencias no son solo económicas. También hay una pérdida de identidad. Se borran prácticas comunitarias, fiestas populares, mercados y redes de apoyo.
“Desde la historia de México ha existido una lucha por proteger lo que es nuestro. Hoy seguimos viendo ese despojo, solo que disfrazado de modernidad”.
Frente a este panorama, Ordóñez afirma que sí existen alternativas: planeación urbana participativa, donde vecinas y pueblos originarios decidan qué se hace en sus barrios.
También urge frenar el avance de un modelo urbano que convierte el suelo en mercancía y ve a las comunidades pobres como estorbo. “Debemos frenar la gentrificación sin caer en discursos xenófobos. Lo que está en juego no es solo el precio de una casa, sino el derecho a vivir dignamente en tu propio territorio”.
Información: El Sol de Hidalgo
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