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Foto: Cortesía

Asilo San Judas Tadeo, un refugio donde la vida se va

Pedro Morales 2017-06-06 - 07:50:29

Abuelitos y abuelitas han llegado de Puebla, San Martin Texmelucan, Nanacamilpa, Veracruz y Tlaxcala, algunos se encuentran perturbados de sus facultades mentales, y el resto digiere el tiempo platicando o bien dentro de sus dormitorios en donde la humedad es su peor enemigo a vencer.

Cada mañana, cada atardecer, cada día es igual para los 64 habitantes del casco de la ex hacienda de Telpaca, en el municipio de Españita, donde tal pareciera que el tiempo no transcurre, los rostros se entristecen, las arrugas se marcan, la cabeza blanca, las ilusiones se acaban, la visita de los suyos no llega.

Sobre la carretera el paisaje es Tlaxcala, los cerros parecen jugar a esconder a la Malintzi, azul y lejana, un viento frío indica que viene un invierno crudo, tan temido por los adultos mayores, los males se agudizan.

Una desviación indica un casco de hacienda, todos los lugareños señalan el mismo punto, al llegar al enorme portón de color verde, todo parece recordar otra época, la soledad es dolorosa, la sequía del pasto da nueva vida a los nopales y magueyes.

Se trata del asilo para ancianos operado por la Asociación Civil “Edad de Oro de los Abuelos” de San Judas Tadeo, del municipio de Españita, el lugar es el casco de una ex hacienda de estilo español que fue destinada para albergar a los adultos mayores.

En el interior las y los ancianos se refugian en el sol matutino, algunos, otros permanecen envueltos en sus sarapes, otros más dan rienda suelta a su imaginación, a sus recuerdos, a sus fantasías.

Un cigarro por una historia

La petición de un cigarro es constante, hombres y mujeres lo solicitan al visitante, apenas llega al portón enrejado, ya aprendieron a solicitar “una monedita”, para comprarlo, es claro que hay venta clandestina, la marca es Delicados.

El portero, Francisco Torres Arriaga, es uno de los internos, se ha ganado la confianza de los administradores para que le den la llave principal, comenta que es originario de allá del Distrito Federal, de por los rumbos del Politécnico y de la Villa de Guadalupe.

Confiesa que ya casi llega a los 80 años, que se vino al asilo porque en el DF ya no hay trabajo para la gente adulta, “ya nada más andaba tomando, de mecánico, talachero o lo que me cayera, en este lugar nos tratan regular, no puedo hablar”, advirtió.

Que la sopa, que el guisado, que frijoles a veces café o té sin azúcar, hay humedad en los cuartos, en uno que otro, tienen mucho tiempo que los están arreglando.

Algunos internos han intentado escaparse, a otros los traen y luego ya no vienen sus familias a verlos, es triste, pero es la verdad. No lo vayan a comentar, pide.

—¿Usted tiene familia?

—“No ahorita no tengo familia, ni esposa, hijos, están muy lejos, no tengo a nadie, no saben dónde estoy, yo no pago dinero por estar aquí, algunos pagan, pero es mejor que le pregunten  a los administradores.

”Yo trabajo aquí y no quiero saber nada, comienzo a las diez de la mañana y acabo a las seis de la tarde, me entretengo escuchando a los gorriones, atiendo a la gente, trato de ser amable, aquí no abandonan a nadie frente a este portón, adentro sí”.

Facilita la entrada y es la puerta de entrada a otro mundo, un mundo que choca con las ruinas de la ex hacienda y las ruinas en el corazón, la mente y el ánimo de las y los ancianos.

Una hacienda en ruinas para almas solitarias

Sentados a un sol que no calienta, otros en sus sillas de ruedas, algunos con muletas o simplemente sentados en las sillas de plástico, impasibles miran el paso de los minutos, el transcurrir de las horas, los días, los meses y los años.

Medio en ruinas, medio rescatada la parte alta de la ex hacienda es impresionante, destaca un penetrante olor a orines, que por cierto se percibe en todo el edificio, la incontinencia podía ser la causa, y poco más tarde se confirma.

Una mujer apura el paso, pide no ser molestada porque está dedicada a caminar media hora por el espacioso y lúgubre corredor que da a las puertas de los dormitorios, más allá lo que fue una sala de alguna familia, parece esperar que pasen los años y regrese el calor del hogar.

El sillón principal, el que podría ser del jefe de familia luce los estragos del tiempo, sin duda por las tardes sirve para que alguna mujer, algún abuelito se siente enfundado en una buena manta o cobertor a recorrer la cinta de su vida, de lo que fue y no fue.

Al fondo y siempre bajo ese penetrante olor a orines, están los cuartos, al fondo una pareja de ancianos descansa y se alegra de que lleguen visitas, una vieja televisión, cajas con recuerdos, ropa y un buen desorden, parece no importarles.

Hacen hasta lo imposible para cumplir con las prioridades

El viejo casco de una ex hacienda sirve como asilo, con algunas áreas en ruina, a pesar del grande esfuerzo hecho por el director Rodolfo Sánchez Mellado y el escaso personal “hacen hasta lo imposible para cumplir con las prioridades de atención y servicios a los ancianitos.

Para otros ancianos, este lugar se ha convertido en un lugar de reflexión, unos van a la capilla, otros, prefieren caminar por la grande extensión del casco de la ex hacienda.

La humedad y el tiempo les afecta, porque su ropa yace tendida en los grandes tendederos en donde el sol no salió y esperan con ansiedad que salga para poder utilizar su ropa.

Hombres y mujeres han llegado de Puebla, San Martin Texmelucan, Nanacamilpa, Veracruz y Tlaxcala, algunos se encuentran perturbados de sus facultades mentales, y el resto digiere el tiempo platicando o bien dentro de sus dormitorios en donde la humedad es su peor enemigo a vencer.

Una mujer observa detenidamente a la rondalla, dice que es de Apizaco, que tiene una hija, pero que se fue a Cuba y ya no regresó. Recuerda que su nombre es Ramona Mejía Hernández, que fue esposa de un ferrocarrilero.

Acá estamos bien, nos dan de comer, nos cambian, pero hace mucho frío. En voz baja dice: ¡Oye no tienes un cigarro!

—No, no traigo.

—Se enoja y ataca:

—¿No te gustan… eres puto?

La recomendación del médico Guillermo Carmona Hernández, quien cuida la salud de los ancianos es la de no regalar cigarros a los abuelitos, debido a que algunos de ellos padecen enfermedades cardio-pulmonares.

Mejor emprendemos la retirada, y quien sabe de dónde sale esa pequeña mujer del suéter y ojos azules, pide sonriente su premio, una moneda para su antojo y una caricia en la mejilla la deja plantada en su lugar, quizá en ese momento muchos recuerdos y vivencias de otros tiempos vinieron a su encuentro.