El miedo a que las estructuras aún en pie se vengan abajo es tan fuerte que prefieren dormir a la intemperie,
El terremoto del 7 de septiembre prácticamente destruyó todo en el Istmo. El temblor echó a las personas a la calle. El miedo a que las estructuras aún en pie se vengan abajo es tan fuerte que prefieren dormir a la intemperie, resguardados por lonas o carpas frente a los solares donde estaban sus viviendas o lo que queda de ellas. Y por si fuera poco, hace unos días que arreció el viento, lo que acabó de complicar todo.
Durante esta época del año fuertes ventarrones son habituales en la región, lo que la convierte en una de las más atractivas para la producción de energía eólica; cientos de aerogeneradores se instalaron aquí. Los lugareños cuentan que los vientos son capaces de derribar un camión de carga en las carreteras, ya que llegan a alcanzar la fuerza de un huracán. En ocasiones las rachas superan los 150 kilómetros por hora.
Las carpas de los campamentos no soportan tal intensidad y poco a poco los istmeños vuelven a las cercanías de sus casas. Encontraron como solución apretujar sus enseres de estancias, habitaciones y cocinas en reducidos espacios con pisos de tierra, como cocheras y traspatios.
‘‘La necesidad y el miedo nos ha dejado así. No para de temblar. No será fácil reponernos’’, dice Soledad Santiago, una mujer que perdió todo cuando su casa quedó reducida a ruinas.
El Istmo tiene 41 municipios y se divide en dos distritos: Juchitán y Tehuantepec. El terremoto golpeó sobre todo a las comunidades del primero. La población, mayoritariamente de origen zapoteco, supera los 595 mil habitantes y su superficie representa 21 por ciento del total del estado. En esta región la pobreza es habitual. El sismo pegó más fuerte a quienes menos tienen en un estado que ocupa la antepenúltima posición en el índice de desarrollo humano, sólo por arriba de Chiapas y Guerrero.
El municipio de Juchitán de Zaragoza concentra gran parte de la atención mediática. Pero en pueblos como Asunción Ixtaltepec, Ixtepec, Niltepec, Cerro Grande y San Francisco Ixhuatán, entre otros, los estragos también causaron innumerables daños.
Cifras del gobierno federal indican que 63 mil 335 viviendas en el estado tienen algún grado de afectación y 3 mil 476 escuelas presentaron derrumbes o daños severos.
Vecinos y militares trabajan sin tregua para remover escombros y en las ciudades más grandes se usa maquinaria para agilizar el proceso. Urge limpiar para iniciar la reconstrucción, pero los pobladores aseguran que el apoyo gubernamental será insuficiente.
‘‘Empezamos con un cuartito, después le echamos la estancia y hace unos años terminamos un segundo nivel. Ahora vea –señala el lote vacío donde estuvo su hogar– sólo un hueco. El dinero del gobierno (120 mil pesos por pérdida total) no alcanza, apenas nos dará para levantar algo’’, lamentó Valentín López Vázquez, un hombre de campo de 63 años de edad, quien levantó su casa poco a poco.
La gente luce fría, distante, absorta en sus pensamientos. Pero a la vez tienen una necesidad de contar sus historias. Karina hace un esfuerzo por mantener el control, pero le resulta imposible. Llora al recordar aquella noche ‘‘trágica’’, como la define.
Su hogar fue otro de los tantos miles que no soportó. Apenas logró salir, pero no así una de sus primas, quien resultó con una severa lesión en el pie y se lo tuvieron que amputar.
Desde hace unos días Karina se refugia en uno de los albergues instalados en la región, el que administra la Secretaría de Salud federal. ‘‘No queda nada, no veo futuro posible, mis hijos y yo estamos aquí desde hace mucho. Pronto esto se tendrá que ir, los apoyos no son para siempre’’.
La reconstrucción va más allá de los inmuebles y nadie se aventura a afirmar que será sencilla. La población comienza a envejecer; se estima que en 2020, 46 por ciento de los lugareños tendrán de 44 a 65 años de edad.
El comercio, la pesca, la venta de comida y otros productos, las artesanías y alfarería, la preparación de totopos y pan, la fabricación de ladrillos, el campo y la ganadería, eran la base de la economía regional, que ahora está también colapsada; 52 días después, el futuro de la región es incierto y el caos paraliza el ánimo de los istmeños, quienes sólo intentan sobrevivir el día a día.
Con información de La Jornada
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— Megalópolis ???????? (@Megalopolis_MX) 30 de octubre de 2017
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