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Tentar al diablo

Fernando Maldonado
Parabólica
2017-07-03 07:09:46

Las lluvias de verano tienen, entre otras cosas, la bondad de refrescar la tierra, limpiar el aire que respiramos; y sobre todo, de recordarnos que frente a la naturaleza la humanidad somos nada.

Como acto de prestigitación, existen amplios y notables pasajes en la literatura universal que traen con puntualidad múltiples significados de estos periodos, y sus sinónimos. Desde la Biblia y otros textos sagrados, hasta la obra moderna, el tema aflora: riqueza, abundancia, melancolía o desventura.

Lo cuenta con rasgos poéticos nuestro Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad (Edit. Harper 1967).

“Llovió cuatro años, once meses y dos días. Hubo épocas de llovizna en que todo el mundo se puso sus ropas de pontifical y se compuso una cara de convalecencia para cebrar la escampada, pero pronto se acostumbraron a interpretar las pausas como anuncio de recrudecimiento. Se desempedraba el cielo en unas tempestades de estropicio...”, dice el autor sobre un pueblo perdido y aislado llamado Macondo.

Más cerca de nosotros y lejos del realismo mágico de García Márquez están nuestros pueblos.  En 1999 dos estados del país padecieron las peores lluvias en años, tormentas irrepetibles. La sierra norte de Puebla, en Teziutlán, se vivió una tormenta que arrasó con viviendas y vidas; en la zona totonaca, en Veracruz, un cerro literalmente lloró sangre por los cuerpos sepultados por toneladas de lodo ante el asombro y tristeza de los periodistas que cubrían la zona devastada.

No existe distinción ni diferencia social frente a la fuerza de la naturaleza como lo demostró esta misma semana cuando los accesos al exclusivo fraccionamiento Bosque Real en Huixquilucan, en el Estado de México colapsaron; lo mismo por el rumbo de Polanco, en la capital del país, que terminó anegado.

Las múltiples líneas del metro sin servicio y millones de usuarios afectados por las torrenciales precipitaciones de los últimos días. Escenas que se repiten en otras ciudades medias y grandes de la zona metropolitana, en el corazón del país. Puebla, Hidalgo, Morelos, Tlaxcala, por ejemplo.

No obstante ha sido insuficiente la enseñanza que ofrece la narrativa literaria, los pasajes bíblicos o la historia. No terminamos por entender que los estragos por la tormentosa época de verano, cada año, se puede aminorar con evitar el descuido de desechos sólidos como el pet, plásticos y otros productos sólidos que producen tapones en drenajes y desagües, cauces naturales que evitan malas experiencias como las que viven hoy en día cientos de miles de habitantes sobre la tierra.

“En mi enojo haré que un viento huracanado se desencadene; también por mi ira vendrá una lluvia torrencial y granizo para consumirlo con furor”, dice  el versículo Ezequiel 13:13.

No tentemos al diablo, pues.


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