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El avión, el avión

Humberto Aguilar Coronado
Columna Invitada
2020-01-21 20:45:53

El tema del avión presidencial representa vicios profundos de las dos más recientes etapas de la vida política de México.

30 millones de personas aceptaron el sonoro mensaje del candidato Andrés Manuel López Obrador de que el avión era la más visible manifestación del abuso de los gobernantes, expresada en lujo y ostentación injustificada, a la que se tenía acceso como parte de los privilegios que pagaba el pueblo de México a su Presidente en turno.

Esa idea arraigó de manera tan profunda entre los electores que los mensajes electorales con los que el candidato de MORENA insistía en su idea, se repetían, con variaciones diversas, todos los días, miles y miles de veces en los hogares, en programas de radio y televisión y en las redes sociales a lo largo y ancho del país.

El resultado electoral provocó que el Presidente rechazara tajantemente la posibilidad de utilizar el avión para los propósitos para los que fue adquirido, y que tuviera que mantener su compromiso de venderlo.

Todos entendemos que el tratamiento dado al avión presidencial hasta ese momento era el propio de un símbolo que ofreció una altísima rentabilidad electoral y de aprobación. En ese contexto nadie podría reclamar al Presidente que mantuviera su decisión y continuara explotando el símbolo en la medida de lo posible.

Así, las críticas basadas en los costos de mantenimiento del avión en el hangar de los Estados Unidos, o los argumentos sobre la imposibilidad de vender un aparato que no era propiedad del Gobierno de la República, tenían nulo impacto en la opinión pública por más que sus promotores se esforzaran por presentarlos de la manera más sustentada y razonable posible.

Ningún razonamiento modificaba, siquiera un poco, la adhesión mayoritaria a la idea de que el avión era ostentoso e inútil, y que significaba la expresión, fiel y final, del régimen corrupto al que López Obrador se proponía desmantelar.

Independientemente de la idoneidad, necesidad y justificación de que el Gobierno de la República contara con un avión con las características del que nos ocupa, lo cierto es que el Presidente acertó al identificar el sentimiento de los mexicanos de que la clase política gozaba de lujos y privilegios a los que la mayoría de la población no tendría jamás posibilidades de acceso y que fácilmente podían interpretarse como injustificados.

El Presidente López Obrador se anotó un gran triunfo al negarse a recibir el beneficio de viajar en ese avión y, en los hechos, demostró que –a cambio de algunas incomodidades que, por lo demás, todos los usuarios de aviones padecemos- bien puede desempeñar su cargo utilizando líneas comerciales.

El otro gran triunfo fue arraigar en el imaginario colectivo la idea de que evitar el derroche en lujos y privilegios, permitiría invertir recursos en necesidades apremiantes de la población. 

Así, López Obrador pudo ofrecer que los recursos de la venta del avión se destinarían a becas para deportistas de alto rendimiento; obras de infraestructura para llevar agua a poblados en Hidalgo; políticas de atención a migrantes; recursos para fortalecer a la Guardia Nacional o cualquier otra ocurrencia de las que surgen en las conferencias de prensa matutinas y que las promesas no se toparan con el límite de la finitud.

Todo eso está muy bien. Como politólogo y como estudioso de campañas políticas y de políticas gubernamentales de comunicación comprendo el manejo que se hizo del tema del avión.

Sin embargo, en los últimos días, y a raíz del disparate de la rifa, todos hemos escuchado decir que el Presidente es un genio de la comunicación. Que sus habilidades para imponer la agenda en la discusión pública no dejan de sorprender a los especialistas, teóricos y prácticos.

Sin embargo, soy de la opinión de que estos lances del Presidente son la expresión más nítida de la peor parte del régimen actual.

La explicación fundamental por la cual el Presidente tiene que construir cada mañana una bola de humo para distraer a la opinión pública es que la estrategia de comunicación del Gobierno de la República requiere cada día, con mayor urgencia de distractores, y en el Presidente tienen al gran distractor.

Requieren que los mexicanos estemos distraídos para no observar la magnitud del desastre que están generando sus acciones. 

En este momento la prioridad del Gobierno de López Obrador es que nadie, por ningún motivo, se detenga a observar, a pensar y a criticar los resultados de su gestión, porque el único activo que esa gestión conserva es la popularidad personal del Presidente, la cual debe conservar a toda costa pues no hay resultados en ninguna otra materia. 

Lo peor de este Gobierno es que dedicará los esfuerzos de los próximos años a intentar que la popularidad del Presidente no caiga, a pesar de su ineficiencia, y en ello, nos arrastrará a todos.

Tal parece que al pueblo de México lo único que el presidente quiere darnos, es lo que popularmente se conoce como: “el avión, el avión…..”.

 

*Humberto Aguilar Coronado es Politólogo y Maestro en Mediación, Negociación y Resolución de Conflictos por la Universidad Carlos III de Madrid, España.

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