Los científicos están comenzando a comprender los complejos factores que hacen que las olas aumenten y disminuyan.
La ola de COVID impulsada por el aumento de la variante ómicron BA.5 finalmente está comenzando a disminuir en el Reino Unido y en algunas de las zonas más afectadas de Estados Unidos. ¿Pero, por qué? Ya no es sostenible argumentar que las olas de las enfermedades alcanzan su punto más alto y disminuyen principalmente porque las personas comienzan a tomar precauciones. Las personas, especialmente en estos dos países, están tomando cada vez menos precauciones.
Los científicos están comenzando a comprender los complejos factores que hacen que las olas aumenten y disminuyan. Los patrones de comportamiento son solo un pequeño factor. Estaciones que cambian, nuevos patrones de contacto y una disminución de la inmunidad pueden provocar un aumento de las olas, y un incremento de la inmunidad puede hacerlas retroceder.
Para científicos y encargados de política monetaria, una mejor comprensión de los factores que impulsan las olas pandémicas acabaría con algunas conjeturas en pronósticos y tomas de decisiones, como el compromiso de desarrollar un refuerzo que apunta a ómicron BA.5 este otoño. ¿Habrá sido reemplazada para entonces la subvariante BA.5? ¿O resucitará en una segunda ola? Ser capaz de responder a este tipo de preguntas podría finalmente permitir que políticos y funcionarios de salud pública logren tener la pandemia bajo control.
Laurent Hebert-Dufresne, experto en teoría de redes de la Universidad de Vermont, compara cada ola con un incendio forestal que se apaga cuando se queda sin combustible. Dado que la mayoría de las personas contagiadas conservan su inmunidad durante unas pocas semanas y algunas, durante algunos meses, la enfermedad puede quedarse, temporalmente, sin personas que infectar.
Y el umbral necesario para frenar una ola podría ser más bajo de lo que pensábamos. En 2020, la creencia popular era que solo los cubrebocas, el distanciamiento social y el aislamiento podrían reducir los casos a menos que se alcanzara una inmunidad colectiva después de que la gran mayoría de las personas se enfermara.
Pero algunos matemáticos epidemiólogos, como Gabriela Gomes, de la Universidad de Strathclyde, en Escocia, y Tom Britton, de la Universidad de Estocolmo, predijeron que los casos podrían colapsar mucho antes –después de que menos de un tercio de la población estuviera infectada– porque había mucha heterogeneidad en la susceptibilidad a la infección. En ese momento, fue considerada una herejía, pero resultó ser correcta, al menos en parte.
En una publicación reciente de Substack, el médico Eric Topol, de Scripps Research, usa el término “muro de inmunidad” para describir colectivamente los diversos factores que podrían causar la disminución de las olas pandémicas. Es más fácil que personas se hayan contagiado, vacunado o ambas cosas. Los “ladrillos” en el muro de inmunidad de una población también incluyen qué variante circuló previamente, cuándo se vacunaron las personas, la edad y la salud general de la población, así como otros factores.
Eso es un nivel nacional. Debido a la variación en el sistema inmunológico humano, algunas personas obtuvieron una protección más duradera de sus vacunas o infecciones previas. La disminución de la inmunidad es un problema real, pero está lejos de ser uniforme o universal.
Lo que puede decir el modelo clásico de enfermedades es que las olas que aumentan rápidamente, tienden a decrecer rápidamente, dijo Hebert-Dufresne, de Vermont. Eso sucedió con la primera ola de ómicron: la agudeza de la curva de infección en el invierno de 2021 fue sorprendente, pero típica de un virus muy contagioso. La ola original de Estados Unidos en la primavera de 2020 fue inusual porque cambió mucho el comportamiento de las personas.
Volviendo a la analogía del incendio, ordenó la cantidad de contacto que las personas tuvieron durante la ola inicial de 2020 redujo los casos, lentamente, pero dejó a muchas personas susceptibles que luego se contagiaron durante olas más grandes en otoño e invierno.
La estacionalidad agrega otro factor de complejidad. La humedad podría hacer que el virus sea más difícil de propagar en el verano, mientras que durante el invierno podría traer nuevas olas con un aire más seco, el regreso de los niños a la escuela, fiestas y viajes las vacaciones de invierno.
Está claro que la aparición de una nueva variante como delta o BA.5 puede dar lugar a una gran ola de verano, aunque tal vez esas olas hubieran sido aún mayores si hubieran llegado durante el invierno.
Además, es vital recordar que la cantidad de pruebas que hacemos también afecta el perfil de las olas de COVID, especialmente la falta de pruebas disponibles al principio de la pandemia y la falta de interés en hacerse la prueba en esta última ola, dijo Hebert- Dufresne.
Ese es otro factor de complejidad que hace que sea difícil saber qué está pasando ahora y predecir lo que vendrá más adelante. Y también hay elementos de azar que influyen en dónde ocurren los brotes, incluso las corrientes de aire en una habitación pueden influir en quién se contagia y quién no.
Esto puede hacer que el aumento y la disminución de las olas de infección parezcan algo arbitrarios, dijo Sam Scarpino, vicepresidente de vigilancia de patógenos del Rockefeller Institute y profesor externo en Santa Fe Institute. “No es arbitrario, pero hay muchas piezas en movimiento junto con cambios en las pruebas y la gravedad de la enfermedad”.
La ola de la subvariante BA.5 ha sido la más difícil de predecir porque la falta de pruebas significa que realmente no sabemos qué está pasando. Scarpino dijo que los estudios de aguas residuales han indicado una circulación viral tan rampante como la ola de la subvariante de ómicron BA.1 del invierno enorme pasado, pero con muchas menos muertes y hospitalizaciones.
En las encuestas, las personas dicen que están volviendo a la normalidad, no obstante porque piensan que la pandemia ha terminado, sino porque valoran aspectos de su vida normal y reconocen que el virus no va a desaparecer.
Esa es una razón aún mayor para que la ciencia siga recopilando datos a través de aguas residuales o pruebas de vigilancia en las universidades. Los científicos necesitan esos datos para conseguir un panorama más nítido de por qué las olas aumentan y disminuyen, y tal vez, a la larga, para evitar que la próxima ola crezca.
Información: El Financiero
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